Y al instante, sobre opalescente fondo
cambiante, se fue dibujando el siguiente texto en pantalla:
Wells, Gandhi & Co. Novelas a la carta
Su petición. Género: Ciencia-ficción.
Subgénero: Viajes en el tiempo.
1. Introducción
(Sírvase leerla. Si la acepta, pulse ACEPTAR.
Si prefiere otro inicio pulse CANCELAR.)
2. Prólogo # Squid11
El cosmonauta presionó F9 en el plano teclado
dibujado en el escritorio, momento en que, sobre fondo azul, en una antiquísima
fuente Courier 12, que las revistas
electrónicas más avant-garde habían
puesto nuevamente de moda, apareció el siguiente texto: (Sírvase leerla. Si la acepta, pulse ACEPTAR.
Si prefiere otro inicio pulse CANCELAR.)
2. Prólogo # Squid11
¿Se
ha alimentado bien?... –al leer esto, Crayne maldijo entre dientes–. No olvide hacerlo. Bien. Ahora procure
relajarse y atender. RECUERDE:
Si
bien se piensa, la vieja aspiración del viaje en el tiempo, de no obedecer a
una cierta estrechez de miras, no se negará que contiene un notable elemento de
soberbia. Tratándose de una materia de ciencia tan avanzada, al abordarlo de manera racional,
en su cabal tratamiento analítico, es muy fácil desviarse de lo correcto (lo
natural). ¿Qué nos mueve a dicha afirmación? No aspiramos a comprender el
tiempo (tanto como decir comprendernos a nosotros mismos) sino a desplazarnos a
su través, como quien se sube a su automóvil y pisa el acelerador: a dominarlo, a poseerlo, a manipularlo
sin más en nuestro beneficio. Sin embargo, ¿qué persona dotada de un mínimo de
sentido común dejaría de conformarse con llegar, simplemente, a comprenderlo:
su decurso inaprensible, sus extrañas fluctuaciones, sus límites aparentes, su
profundo sentido pretermodinámico entrañando orden, caos, vida y muerte?
Imaginémonos
científicos, científicos humanistas; por ejemplo arqueólogos aficionados. El
tiempo invita. Salgamos al campo, provistos de nuestro pequeño neceser atestado
de útiles y herramientas, el macillo de acero, la cámara holográfica, la lupa
microscópica al cinto. No hay que ir muy lejos: busquemos por los alrededores
de ese pantano tan prometedor, junto a Greenville. Deslumbrados por el sol de
justicia, echamos mano de la gorrita de camuflaje. Procedamos. Desmenucemos con
el macillo unas cuantas rocas sedimentarias, en una veta que localizamos hace
tiempo a una decena de metros por encima del nivel del agua. Hoy por fin hemos
tenido suerte. No tardamos en dar con el fósil de una criatura que vivió hace
mucho, muchísimo tiempo; nada del otro mundo, apenas una larva, un bichito
inofensivo, vulgar y corriente en su día, aunque adornado hoy con el nimbo de
sus varios millones de años de antigüedad. Envolvamos con cuidado el trozo de
roca en un trapo, guardémoslo en la mochila y llevémonoslo a casa. Allí será
todo nuestro. Observémoslo igual que la pitonisa y el escritor fantasioso lo
hacen con sus bolas y pirámides de cristal, indaguemos en su contorno y en su
petrificado interior, dejando también que su textura pétrea alumbre en el
nuestro su sentido biológico profundo, el mensaje asombroso que transmite, la fantástica
condensación de un tiempo aparentemente muerto. Al romper las lascas que lo
aprisionan, dos millones de años nos chillan su escandaloso secreto desde sus
petrificados artejos y segmentos. Terrible si se piensa, ¿no es así?
© José L. Fernández Arellano (Nº R. P. I.: M-006562/)
© José L. Fernández Arellano (Nº R. P. I.: M-006562/)
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